Después de la paliza del partenariado, las mil emociones de las despedidas y la ilusión de cumplir años... me fui a Leh con mi hermana Marta y Fernando. Dos escasas horas de sueño y aterrizamos en el paraíso lunar. No se me ocurre mejor lugar para descansar del mundanal ruido ...
Escalera del palacio al templo de Leh.
Marta paseando, Leh.
Al día siguiente fuimos al lago Pangon de agua cristalina. Fernando se quedo descansando por el mal de altura, pero mi hermana y yo nos fuimos en busca del lago, por el camino nos encontramos con unas simpáticas marmotas y unas grullas de cuello negro que emigran cada año desde el Tíbet. Al guía le pareció que tuvimos tremenda suerte de poder avistar a estas aves, sin embargo, nosotras le hicimos mucha más fiesta a las marmotas bolitas de pelo.
Automático. Marta Garza Pérez y yo.
Monjes budistas, en Lamayuru.
Leh, desde el palacio antiguo de la ciudad.
Leh está a 3,650 metros sobre el nivel del mar, por lo que cuando aterrizas cuesta trabajo respirar. El primer día aprovechamos para perdernos por las calles de esta pequeña ciudad con una parte casi esculpida en la montaña. La verdad es que solo me apetecía descansar y por una vez, viajabamos con tiempo. Nos quedamos cuatro días en el mismo hotel y desde este centro de operaciones conocimos Ladakh.
Qué fácil resulta creer en dios, tan cerca del cielo...
Escalera del palacio al templo de Leh.
Marta paseando, Leh.
Al día siguiente fuimos al lago Pangon de agua cristalina. Fernando se quedo descansando por el mal de altura, pero mi hermana y yo nos fuimos en busca del lago, por el camino nos encontramos con unas simpáticas marmotas y unas grullas de cuello negro que emigran cada año desde el Tíbet. Al guía le pareció que tuvimos tremenda suerte de poder avistar a estas aves, sin embargo, nosotras le hicimos mucha más fiesta a las marmotas bolitas de pelo.
Automático. Marta Garza Pérez y yo.
El lago Pangon, Alo te estoy copiando estilo.
El paisaje a las afueras de Leh.
Las grullas de cuello negro.
Una señora del camino, cuidadora de yaks.
Todo el día dándose besos... Ainnnn
Una señora del camino, cuidadora de yaks.
También aprovechamos para hacer un poco de trekking. Nos fuimos andando a Saboo, una aldea a tres horas de Leh cruzando las montañas. Cuando paseo por el campo es cuando más disfruto de la vida, me encanta llegar a los lugares a pie, cansada; así todo parece mucho más bonito.
Todo el día dándose besos... Ainnnn
Otra pareja feliz, Saboo.
Me recuerdan a las caras del Monte Rusmore.
El último día contratamos un jeep que nos llevó por el valle del Indo, recorriendo pueblecitos y sus consiguientes monasterios budistas. Espectacular el paisaje lunar de Leh a Lamayuru, pasando por Likir.
Me recuerdan a las caras del Monte Rusmore.
El paisaje a las afueras de Leh.
Me despideo con un chiste de Fernando:
-¡Qué me gusta Leh!
- ¡Y a mí escribí!